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La falsa memoria no existe

  • Foto del escritor: Susana Díaz
    Susana Díaz
  • 16 abr
  • 13 Min. de lectura

Actualizado: 17 abr

La falsa memoria no existe.
Elisabeth Loftus


A pesar de la creencia de propios y extraños en el fenómeno de la creación de supuestos falsos recuerdos por los psicólogos en las mentes de sus clientes, 30 años después de su invención estamos en condiciones de poder hablar claro y de afirmar sin tapujos que la falsa memoria no existe ni ha existido nunca. Cada vez más académicos y profesionales en su país de invención, Estados Unidos de Norteamérica, lo reconocen y pasan página. Es hora de que los españoles hagan lo propio.


El Síndrome de la Falsa Memoria no necesita presentación porque todo el mundo ha oído hablar de ello. Es uno de esos axiomas que se aceptan sin explicaciones, que aún hoy es protagonista de trabajos académicos, y forma parte del temario en las universidades de psicología. Sin embargo, sí hacen falta explicaciones que pongan en claro de qué hablamos y si de verdad es como nos han contado. En la realidad, el síndrome de la falsa memoria se creó exclusivamente como argumento de defensa para los pederastas (Blizard & Shaw, 2019; Dallam, 2002) y por eso deberíamos reconocerlo como inexistente y descartarlo de una vez.


La creación y utilización de la falsa memoria se circunscribe al abuso sexual. Es decir, la falsa memoria no se aplicaría a ningún otro evento, accidente o ataque. Imaginemos que a alguien se le ocurriera afirmar que una víctima de secuestro por la banda terrorista ETA está mintiendo, y que seguramente tiene “falsos recuerdos” que alguien le ha implantado en su memoria. No tendría sentido, ¿verdad? Pues lo que no tiene sentido en otros delitos, o incluso nos parece ofensivo, parece tener mucho sentido con respecto al abuso sexual, hasta el punto en que el criterio científico con el que observamos otros fenómenos, desaparece, y pasamos a modo "creencia religiosa". Sin embargo, solo el hecho de que este supuesto síndrome se aplique en exclusividad al ASI ya debería hacernos sospechar de que algo no encaja.


La historia del supuesto síndrome de la falsa memoria da para escribir un libro, pero aquí nos limitaremos a criticar el estudio que le dio vida, a explicar por qué no se le puede tomar en serio, y por qué afirmamos que la implantación de recuerdos falsos en la consulta de un psicólogo, tal como cuenta la leyenda, no es posible.


La inventora del síndrome fue la psicóloga estadounidense Elisabeth Loftus con la creación de un estudio bautizado como “Perdido en un centro comercial” (Loftus and Pickrell, 1995). Para ello eligió a uno de sus estudiantes de universidad llamado James Coan, al que designó como coinvestigador jefe. Eligieron a unos sujetos de estudio a los que pretendían implantar recuerdos, y a los familiares de estos sujetos se les pidió que proporcionaran a Coan tres historias de infancia reales sobre los sujetos y que describieran un típico día familiar de compras. Basándose en las descripciones proporcionadas por las familias, se creó una historia falsa para cada sujeto según la cual se habían perdido de niños durante un día de compras en un centro comercial, y se compiló con otras tres historias reales de su niñez.


Los investigadores les decían a los sujetos que sus familiares les habían dicho que los eventos inventados habían sucedido de verdad. Les contaron cómo se habían perdido aquel supuesto día, y les contaban también las otras historias auténticas. Después les pidieron que repitieran las historias y que trataran de recordar más detalles de aquel día. Al cabo de dos semanas los volvían a reunir y les hacían repetir lo mismo, y finalmente les decían que uno de los recuerdos era falso, pidiéndoles que dijeran cuál creían ellos que era ese recuerdo falso: Los seis sujetos que habían completado el estudio pudieron identificar correctamente el recuerdo falso (Coan, 1993). Esto significa que en este experimento no se implantaron recuerdos falsos en la mente de nadie, pero estos resultados no se incluyeron en la versión final del estudio.


Ante el fracaso del experimento, Loftus asignó a Coan a otro profesor, y designó a otros tres estudiantes para llevar a cabo una nueva versión del estudio (Crook, 2022). Al terminar este segundo experimento Loftus afirmó en una conferencia que: "Alrededor del 10% de los adultos (2 de los 24 sujetos) saldrán con un recuerdo elaborado específico" (Goleman, 1994). Sin embargo, uno de estos dos sujetos relató lo que parece ser una experiencia real de perderse en un centro comercial, y no un recuerdo falso (Loftus y cols., 1995). Al segundo sujeto, aunque al principio se había mostrado engañada, cuando le pidieron que eligiera el recuerdo falso en la segunda entrevista, eligió el recuerdo del centro comercial (Loftus y Pickrell, 1995 p. 723), lo que significa que tampoco se implantaron recuerdos falsos en el segundo experimento.


A pesar de esto, en el estudio publicado, Loftus afirmó que 7 personas (el 29%) "recordaron" el evento falso total o parcialmente (Loftus and Pickrell, 1995 p. 723). Esta cantidad siguió variando en los informes de las entrevistas sucesivas que se les pasaron a los participantes en las semanas siguientes, quedando el número total de sujetos con recuerdos "implantados" en 5 de 24 (20,8%). Después Loftus siguió inflando esta cantidad hasta afirmar que el número de personas con falsos recuerdos era del 25% (Crook & Dean, 1999a).


Hay que especificar que, según la descripción del estudio, los recuerdos podían ser “totales” o “parciales” pero no se incluían los criterios utilizados para diferenciar entre los participantes con recuerdos “totales” de aquellos con recuerdos “parciales”. Durante las entrevistas algunos participantes afirmaban que no recordaban haberse perdido, pero luego continuaron especulando sobre "cómo y cuándo pudieron haberse perdido". Al no haber incluido los criterios utilizados para el cribado de los participantes, es imposible saber si el hecho de especular sobre cómo pudo haberse perdido de pequeño, cuenta como “recuerdo parcial” del participante, a pesar de haber afirmado que no lo recordaba. En pocas palabras, Loftus pudo haber añadido en su estudio a sujetos que habían afirmado claramente que no recordaban, como sujetos que habían afirmado que recordaban “parcialmente” (Crook & Dean, 1999b).



Lynn Crook, creadora de varios estudios que refutan la falsa memoria.
Lynn Crook, creadora de varios estudios que refutan la falsa memoria.

Hasta aquí ya queda claro que no hablamos de una investigación seria ni profesional, sino más bien de estafa científica. Aún así, dada la publicidad que se le hizo, muchos colegas se tomaron la molestia en hacer trabajos de refutación, en donde quedó claro que los criterios experimentales del estudio del centro comercial eran nulos. Son los siguientes:


Comencemos diciendo que las técnicas a través de las cuales se supone que se lleva a cabo esa implantación de recuerdos falsos no han sido nunca especificadas. Si preguntáramos cómo se hace para implantar recuerdos falsos en la mente de alguien en una consulta terapéutica, nadie sabría cómo explicarlo. Algunos evocarían técnicas sugestivas, en la estela de Loftus, confundiendo la sugestión con la supuesta implantación de recuerdos. En varias instancias en sus trabajos Loftus da ejemplos de cómo sugestiona a un niño para hacerle creer algo, y luego afirma que eso es implantar recuerdos (Loftus & Ketcham, 1996). Y por supuesto que podemos sugestionar a otras personas, Loftus, sin ir más lejos, ha sugestionado a miles de psicólogos y académicos hasta hacerles creer que se puede implantar un recuerdo falso en la mente de una persona. Ahora bien, otra cosa es "implantar recuerdos" de verdad. Especificar cómo se lleva a cabo una manipulación mental de este calibre sería fundamental para un trabajo que se precia de ser científico, aunque solo sea para permitir que tus colegas repliquen el experimento y se pueda establecer como algo empíricamente válido. No es de extrañar que no se haya replicado nunca a pesar de haberse intentado. Por ejemplo, en 1997, Pezdek, Finger y Hodge crearon un experimento de replicación en el que les decían a los sujetos que les habían practicado un enema doloroso cuando eran niños. Eligieron esta experiencia por ser semejante al abuso sexual infantil, y traumática, pero su intento fracasó. Y ya era el tercer intento.


Con respecto a la validez externa del experimento, sus implicaciones terapéuticas se circunscriben a una situación muy concreta y muy poco probable. La validez externa en ciencia mide el grado en que el experimento permite la generalización a otros contextos. En este caso, el propio diseño del experimento lo limitaba a un contexto muy preciso y poco generalizable, esto es, si un terapeuta quisiera implantar un recuerdo de trauma infantil en un cliente, le tendría que decir primero que un familiar suyo que estaba presente en el momento del trauma le dio esa información a él. Es decir, el estudio se limita a una situación concreta en un contexto concreto, con muy poca validez externa (Pope, 1996; Crook & Dean, 1999b).


Hay más factores que refuerzan la crítica sobre la validez externa. Y es que Loftus trabajaba con recuerdos infantiles no traumáticos. Sin embargo, los recuerdos traumáticos tienen características especiales que no comparten los recuerdos normales (Koss Tromp & Tharan, 1995). Estas particularidades hacen que el experimento del centro comercial u otros similares, en caso de haber tenido éxito, tengan una validez nula en lo que respecta a los recuerdos disociados por trauma, como el recuerdo de un abuso sexual.


Tampoco el estudio sobresale por su validez interna, que es el núcleo de cualquier estudio que se precie. La validez interna se refiere al grado en que un experimento excluye las explicaciones alternativas de los resultados. Por ejemplo, en el estudio en cuestión algunos de los sujetos afirmaron que habían confundido el recuerdo falso con uno verdadero de su infancia, puesto que los recuerdos falsos con que se sugestionaba al participante eran una mezcla de recuerdos auténticos y de cosas inventadas. De hecho, solo este detalle ya invalida el estudio por completo. Además, el apartado de método no explicaba cómo se midieron los cambios en la memoria de los sujetos que pudieran demostrar que los recuerdos supuestamente implantados eran totalmente nuevos. ¿Cómo sabía Loftus que aquellos no eran recuerdos auténticos? Los familiares podían haber olvidado el recuerdo supuestamente falso implantado. Además de todo esto, los sujetos fueron elegidos al azar y no se llevó a cabo ningún tipo de cribaje con escalas psicológicas ni de otro tipo. Esto es importante y muy necesario en un estudio, porque estas escalas nos ayudan a descartar procesos mentales, o incluso trastornos, que puedan interferir en cómo estas personas aceptan o entienden la historia que se les cuenta. Tampoco se investigó la relación de los sujetos de estudio con sus familiares, o el nivel de influencia de estos sobre aquellos. (Pope, 1996).


Otra variable importante para tener en cuenta en este tipo de experimentos es la deseabilidad social. Esta variable mide la necesidad que tienen algunos sujetos de estudio de caerle bien al experimentador. Para ello, el sujeto hará lo que piensa que se espera que haga, o favorecerá en alguna manera el resultado experimental que se quiere. La deseabilidad social está vinculada al efecto Hawthorne, que se basa en que, si las personas saben que son sujetos de un experimento, cambian automáticamente su comportamiento. Sin controlar la deseabilidad social, ¿cómo sabía Loftus que los participantes de su estudio no estaban simplemente diciéndole lo que ella quería oír?


Luego tenemos la fiabilidad experimental, que se basa en la repetición del experimento original por otros investigadores para refutarlo o confirmarlo. El estudio debe ser susceptible de repetirse bajo las mismas condiciones y generar los mismos resultados para dar por válido el resultado del experimento inicial y que tenga un mínimo de validez empírica. Tras un número mínimo de estudios con los mismos resultados o similares, la comunidad científica aceptará la hipótesis y la dará por válida. Si no hay una replicación de resultados estadísticamente significativos, el experimento y la investigación no habrán cumplido todos los requisitos de verificabilidad que se le requieren a una hipótesis. Este requisito previo es esencial para que una hipótesis se establezca como una verdad científica aceptada. Sin embargo, a pesar de los intentos, este estudio no se replicó con éxito nunca, por lo que podemos afirmar que se quedó en la etapa de conjetura, o hipótesis, y que no tiene ninguna validez empírica.


Se plantearon asimismo otras cuestiones relativas a la forma de llevar a cabo este estudio. Por ejemplo, el hecho de no utilizar grupo control (Pope, 1996; Crook & Dean, 1999b). El grupo control está conformado por un grupo de sujetos experimentales con las mismas características que el primero, solo que con estos no se llevará a cabo el experimento, y servirá para comparar los resultados del primer grupo. Por ejemplo, en un estudio médico sobre un fármaco nuevo se utiliza el grupo control para darles un placebo, mientras que al grupo experimental se le da el fármaco auténtico. Después se comparan los resultados de ambos grupos y se extraen conclusiones sobre qué efectos se pueden deber al medicamento. Sin un grupo control los resultados de los estudios tienen una difícil explicación.


Tampoco la revisión por pares se hizo de forma correcta. Los estudios científicos pasan por lo que se conoce como revisión por pares, es decir, otros colegas expertos en la materia leen tu estudio y lo revisan para detectar errores. La revisión por pares en este estudio se limitó a un grupo de estudiantes de último año de la universidad de Loftus y a un colega suyo de otra universidad (Crook, 2022).


La experimentación con humanos exige la realización de pruebas y entrevistas antes, durante y después de la aplicación del experimento. Pero, además, se hace un seguimiento de los sujetos de estudio a largo plazo, a los tres, seis, nueve y 12 meses tras la finalización del estudio, para verificar que la respuesta condicionada del estudio permanece como tal, que no hay variaciones, y que las variables experimentales han tenido efecto sobre el sujeto. El número de seguimientos puede variar, dependiendo de muchas variables, entre ellas el presupuesto. En este contexto particular en el que nos encontramos, para poder afirmar que ha habido una implantación de recuerdos falsos tendríamos que entrevistar a los sujetos de estudio varias veces meses después de realizado el experimento, sin haberles dicho en qué consistía, y permitiendo que siguieran creyendo que aquel recuerdo era auténtico. En esas entrevistas posteriores habría que ver si el sujeto sigue creyendo lo que se le contó como recuerdo auténtico. Finalmente, en una última entrevista se le explicaría la verdad y se observaría su reacción. Solamente podríamos hablar de una implantación exitosa de un recuerdo falso en aquellos casos en los que el individuo se niegue a creer que aquel recuerdo es falso, meses o un año después. Es decir, cuando el sujeto siga creyendo que aquello le ocurrió, a pesar de mostrárselo. Eso sería por definición lo que podríamos considerar implantación de un recuerdo falso (Pope, 1996; Dallam, 2002).


La falsa memoria no tiene ninguna validación empírica.


El síndrome de la falsa memoria no es un fenómeno científicamente validado. No aparece en las clasificaciones de trastornos mentales internacionales, ni en el DSM ni en el CIE, ni está reconocido por la APA. No tiene ninguna validación empírica como constructo diagnóstico, ni se han descrito ni estudiado de forma sistemática sus síntomas (Dallam, 2002). Por todo esto, no deberíamos seguir hablando de ello como si fuera un fenómeno real que no es.


El síndrome de la falsa memoria es un producto de marketing nacido de una campaña publicitaria que costó más de 7 millones de dólares (Crook, 2022), y que consiguió desacreditar a las víctimas de entonces y de ahora que intentaban denunciar los abusos sexuales que habían sufrido en su niñez. Solo pensemos en por qué, si tan fácil era crear recuerdos falsos, los psicólogos no creaban recuerdos de infancias felices. No tiene mucho sentido crear recuerdos de unos terribles abusos para hacer al paciente sentirse peor. El psicólogo no gana nada con eso y puede perder mucho. En un caso de denuncia por abusos, el psicólogo tendría que realizar un informe a su paciente y presentarse a juicio a ratificarlo, y arriesgaría mucho haciendo eso si los cargos fueran falsos. Y aunque no haya juicio, si el paciente tuviera sospechas de que el psicólogo le ha manipulado la memoria, podría denunciarlo o dejaría la terapia.


El detonante que impulsó la creación de esta falacia fue una nueva ley aprobada en el estado de Washington en 1989 que permitía a las víctimas denunciar abusos disociados que hubieran empezado a recordar en su edad adulta, en terapia, o en sus casas como ocurre con la mayoría de las víctimas (Crook, 2022). Hoy ya admitimos la disociación como un fenómeno real y diagnosticable y, de hecho, aquella ley es similar a la ley orgánica española 8/2021 (BOE-A-2021-9347), que permite a las víctimas denunciar hasta los 50 años. Esta ley, aprobada en 2021, es comprensiva de los fenómenos disociativos y traumáticos que padecen las víctimas, como lo fue aquella en Washington. Y lo que es verdad hoy, era verdad hace treinta años.



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Hoy aún encontramos en psicología forense a peritos contratados por la defensa que acusan a los psicólogos que les hacen informes a las víctimas, de implantarles recuerdos falsos. Desde aquí animo a esos psicólogos a que no tengan miedo a declarar alto y claro que la falsa memoria no existe, y que no se pueden implantar recuerdos falsos en la mente de una persona, ni en el transcurso de una terapia, ni en el transcurso de la realización de un informe forense, y a que usen esta información en sus peritajes. Que no duden en cuestionar a los peritos de la defensa sobre cómo se realiza la implantación de falsas memorias, y a que les exijan que lo expliquen al detalle y a que aporten evidencia empírica de ello, dada la gravedad de la acusación. Que utilicen los trabajos de crítica científica que otros colegas se han molestado en realizar durante todos estos años, algunos de los cuales se referencian aquí, para refutar aquellos informes que afirmen que un niño tiene falsas memorias. Y les animo asimismo a que contacten con los académicos supuestamente expertos que aún escriben sobre la falsa memoria como si fuera un ente real, y que les ayuden a salir de su error.


Y que corra la voz.


Esto y muchos más lo podrás encontrar en mi curso para psicólogos sobre Abuso Sexual Infantil



Referencias:



Blizard, R. A., & Shaw, M. (2019). Lost-in-the-mall: False memory or false defense? Journal of Child Custody. https://www.tandfonline.com/doi/abs/10.1080/15379418.2019.1590285


Coan, J. (1993, August 18). “Creating False Memories.” Senior Paper, Psychology Honors Program.


Crook, L. S., & Dean, M. C. (1999a). «Lost in a Shopping Mall»–A Breach of Professional Ethics. Ethics & Behavior, 9(1), 39-50. https://doi.org/10.1207/s15327019eb0901_3


Crook, L. S., & Dean, M. C. (1999b). Logical Fallacies and Ethical Breaches. Ethics & Behavior. https://doi.org/10.1207/s15327019eb0901_5


Crook, L. (2022). False Memories: The deception that silenced millions. lynncrook.com.


Dallam, S. J. (2002). Crisis or Creation? A Systematic Examination of False Memory Syndrome. Journal of Child Sexual Abuse, 9(3-4), 9-36. https://doi.org/10.1300/J070v09n03_02


Goleman, D. (1994, mayo 31). Miscoding Is Seen as the Root of False Memories. The New York Times. https://www.nytimes.com/1994/05/31/science/miscoding-is-seen-as-the-root-of-false-memories.html


Koss, M. P., Tromp, S., & Tharan, M. (1995). Traumatic memories: Empirical foundations, forensic and clinical implications. Clinical Psychology: Science and Practice, 2(2), 111-132. https://doi.org/10.1111/j.1468-2850.1995.tb00034.x


Loftus, E. F., Feldman, J., & Dashiell, R. (1995). The reality of illusory memories. En Memory distortions: How minds, brains, and societies reconstruct the past (pp. 47-68). Harvard University Press.


Loftus, E., & Ketcham, K. (1996). The Myth of Repressed Memory. https://us.macmillan.com/books/9780312141233/themythofrepressedmemory/


Loftus E. and Pickrell, J. (1995). The formation of false memories. Psychiatric Annals, 25, pp. 720-725.


Pezdek, K., Finger, K., and Hodge, D. (1997). Planting false childhood memories: The role of event plausibility. Psychological Science, 8(6), 437-441.


Pope, K. S. (1996). Memory, abuse, and science. Questioning claims about the false memory syndrome epidemic. The American

Psychologist, 51(9), 957-974. https://doi.org/10.1037//0003-066x.51.9.957

Susana Díaz Perito Forense

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